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Traicionaste. 

  • ginamoronaraujo
  • 25 ago
  • 2 Min. de lectura

No se dice gritando. Se dice como quien ya no espera nada del otro. Como quien confirma, con desgano, intuición y decepción (cosa que otorga libertad) lo que ya sabía. Se dice con la voz rasposa de un enfermo, o de quien ha visto a demasiados rendirse. 


En esa palabra, traicionar, no hay solo reproche, hay autopsia moral. Es el diagnóstico terminal de un sentimiento que alguna vez creyó firmemente en algo. Porque así lo hicieron creer.

Martín no necesita pruebas. Le basta con mirar a Dante, con ver cómo le cuelga el traje.

Traicionaste, dice, y lo que se quiebra no es solo la conversación: se quiebra el pacto tácito de los que alguna vez juraron no ser parte del decorado, del común, de lo que siempre termina pasando, de los demás. 


Porque el cine de Aristarain nunca habla de traiciones grandes, de épicas. Habla de esas otras: las cotidianas, las sutiles, las que se dan con la firma de un contrato, con el silencio en una reunión, con la comodidad pagada en cuotas, con formar un vínculo que terminaría matando al otro.


Dante, el traicionado de sí mismo, no responde. No puede. Porque sabe. Sabe que cambió el hambre por el catering, la furia por la diplomacia, la marginalidad por un camarín con luces. Sabe que no fue de golpe, que fue de a poco, que fue como todos: sin notarlo. Y cuando lo hizo, ya era tarde. 


Un día aceptó una condición. Otro día, una censura menor. Luego, una agenda llena de compromisos y la certeza de que “no es tan grave”. Así se traiciona. Con justificativos. Con pretextos y elegancia.

Martín no lo condena: lo deja a solas con su reflejo. Porque eso es lo que hace con esa palabra: lo despeja de excusas. Lo pone frente al espejo del tiempo, ese que no miente. Y le dice: mírate. Mírate. 


Y entonces la escena se vuelve universal. Todos tenemos a alguien que nos diría “traicionaste” si se animara. Todos sabemos, en el fondo, cuándo empezó el derrumbe. Martín Hache no es solo una película: es un espejo sucio donde nos vemos con las luces bajas. Y esa escena, esa palabra, es la grieta por donde se cuela la verdad.


No se necesita más. Una sola palabra basta para desarmar la mentira entera.

 
 
 

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