top of page

Aprender

  • ginamoronaraujo
  • 9 sept
  • 2 Min. de lectura

No, uno no busca aprender más por arrogancia, ni se trata de “saber más que los demás”, como muchos piensan al observar a alguien que se siente atraído por el conocimiento.


La realidad es que cuando se aprende de manera genuina, no para presumir, sino para ampliar la perspectiva, el mundo se amplía. El oído se afina, la visión se educa, y lo que antes era solo ruido o un fondo se transforma en forma, ritmo, textura e intención.


El aprendizaje desvela capas. Te capacita para reconocer los matices en una voz, en una pincelada, en un acorde, en una pausa, en una mirada que parece no comunicar nada, pero que dice todo al mismo tiempo. Es una sensibilidad que no se impone, es una sensibilidad que se cultiva. Una vez que esto sucede, no hay vuelta atrás: el disfrute estético se profundiza, volviéndose también más doloroso. Comienzas a notar lo que otros no perciben y a sentir lo que otros no pueden soportar.


Lo que resulta hermoso, y a veces trágico, es que ese desarrollo interno es silencioso. Sin embargo, te transforma y te obliga a experimentar la vida con una intensidad diferente, aunque te encuentres en el mismo lugar.


Es como si, al aprender, el alma se expandiera sin pedir permiso.


Y no, no es simplemente acumular, implica una metamorfosis. Porque si todo lo demás (el cuerpo, el afecto, la reputación, e incluso las ilusiones) se desintegra, lo único que permanece, lo que no se corrompe, es la capacidad de seguir observando, indagando y decodificando; aunque cause dolor, aunque el pulso se tambalee, aunque no haya nadie que lo celebre.


La claridad que se nutre del asombro consciente. No existe un legado que se pueda transmitir cuando se trata del deseo de aprender. No se puede inocular, mimetizar o injertar. Es un resplandor que solo se enciende por combustión interna.


Por ello, Marguerite Yourcenar lo comprendía con sorprendente astucia: aprender no es acumular datos, sino rebelarse contra la inercia del mundo, romper la repetición de lo idéntico, desertar del rebaño de quienes consumen sin digerir. La avalancha de lo homogéneo esa coreografía repetida de formatos, discursos y rutinas, solo puede ser evitada por quienes poseen un deseo incorruptible de saber.


No se trata de un conocimiento domesticado por la utilidad, ni de un saber adornado para la exhibición social. Es aprender como quien respira de otra manera, como quien aborrece el estruendo y busca una rendija para filtrar una mirada más audaz, más inasimilable. Es error esperar que esto emane de alguien que no resuena por sí mismo.


No, uno no busca aprender más por arrogancia.

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo
Leonardo: la biografía del error

El hombre que transformó el mundo equivocándose. Voy a contarles sobre un niño que hace más de quinientos años llegó al mundo como una nota en el borde del tiempo, un niño que se negó a aceptar que el

 
 
 
La mujer que nadie volvió a mirar

Dicen que en los primeros días del mundo hubo una mujer que no era del todo humana, ni del todo diosa, sino un sueño entre la tierra y el mar. Su nombre era Medusa. La gorgona llevaba serpientes que r

 
 
 
Abuela, quiero ser astrónoma

¿Que qué?, ¿Como Walter Mercado? Me respondió. Así, con toda naturalidad. En su mundo, la ciencia quedaba diluida en la voz melodramática...

 
 
 

Comentarios


bottom of page